Iba el Maestro paseando por el campo y de repente vio que en un terreno pedregoso había piedras con manchas de sangre. Cuando preguntó de quién era esa sangre, le dijeron que era de su discípulo Sona, que desesperado porque no podía avanzar espiritualmente lo suficiente, se sometía a este tipo de penitencias. Sona había sido, hasta ingresar en la Orden, uno de los mejores músicos de laúd del reino. Buda le hizo llamar y le dijo:
- Tengo entendido que eras uno de los mejores músicos. Quiero preguntarte algo. Cuando tensabas demasiado las cuerdas del laúd, ¿sonaban bien?.
- No, repuso el discípulo. Y además así se corre el riesgo de que se quiebren.
- ¿Y cuando las tensabas demasiado poco?
- Tampoco sonaban bien y además se enredaban.
- ¿Y si no las tensabas ni demasiado ni poco?
- Entonces sonaban muy bien. Es así como debe hacerse.
Y entonces Buda dijo:
- Pues así debe aplicarse el esfuerzo: sabia y equilibradamente.